La Copa Mundial de la FIFA 2026 será el torneo de fútbol más grande de la historia, con dieciséis ciudades sede en Estados Unidos, Canadá y México, cuarenta y ocho equipos y ciento cuatro partidos. Esta edición representa un punto de inflexión por su magnitud deportiva y la responsabilidad ambiental que conlleva. Expertos alertan que la huella de carbono del torneo podría alcanzar casi cuatro millones de toneladas de CO₂, debido en gran parte al elevado número de vuelos, estimado en el ochenta y cinco por ciento de las emisiones. Aunque el uso de estadios existentes contribuye a reducir la construcción, la enorme extensión geográfica del evento plantea serios desafíos de sostenibilidad.
FIFA ha lanzado su Estrategia de Sostenibilidad y Derechos Humanos para 2026 para enfrentar estos desafíos. Este marco exige a las ciudades anfitrionas cumplir con la norma ISO 20121 para la gestión sostenible de eventos, garantizando un control riguroso del uso de energía, la reducción de residuos y las operaciones durante todo el torneo. Houston implementará un sistema de gestión sostenible con manual operativo para eventos futuros; Dallas integrará sedes verdes certificadas LEED, transporte con autobuses eléctricos, reciclaje y turismo sostenible. Por su parte, Seattle Stadium aspira a operaciones sin residuos y a reducir gases de efecto invernadero, apoyado por energía solar y un programa consolidado de desvío de residuos. Estas medidas reflejan la aspiración compartida de organizar un gran evento ambientalmente responsable.
Aun así, la rendición de cuentas ambiental del Mundial está en entredicho. Los críticos señalan que el recurso de FIFA a la compensación de carbono en el pasado, en particular su afirmación de neutralidad para 2022, fue cuestionada por falta de transparencia. Se reclama una reducción real de emisiones, informes más claros y menor dependencia de créditos de carbono para evitar una narrativa vacía. Mientras tanto, UEFA mostró un modelo más creíble en la Eurocopa 2024: uso de estadios existentes, eficiencia energética y transporte público lograron una reducción del 21 % en emisiones, modelo que FIFA podría adoptar.
En definitiva, el Mundial 2026 está en una encrucijada. Podría convertirse en estándar de sostenibilidad para mega-eventos deportivos globales o en advertencia de exceso ambiental. El resultado dependerá de la transparencia real, la planificación ambiciosa y el compromiso efectivo con principios ecológicos por parte de todos los implicados.